En la lucha contra el cambio climático, el gas natural se ha presentado como una alternativa «más limpia» a otros combustibles fósiles. Sin embargo, esta narrativa oculta sus serios impactos ambientales y climáticos, que lo convierten en una opción insostenible para un futuro verdaderamente verde.
Aunque su combustión produce menos dióxido de carbono (CO₂) que el carbón o el petróleo, el gas natural está compuesto principalmente por metano (CH₄), un gas de efecto invernadero que es 80 veces más potente que el CO₂ en un horizonte de 20 años. Las fugas de metano durante su extracción y transporte agravan significativamente la crisis climática.
Además, su extracción mediante fracking contamina acuíferos, emite compuestos tóxicos al aire y puede inducir actividad sísmica. La infraestructura asociada al gas natural perpetúa la dependencia de combustibles fósiles, desviando inversiones que podrían destinarse a energías renovables.
Se argumenta que el gas natural es una solución temporal hacia un sistema energético limpio. Sin embargo, estudios demuestran que esta estrategia frena el avance hacia energías sostenibles como la solar y la eólica, ya competitivas en costo y libres de emisiones durante su operación.
Las nuevas infraestructuras de gas natural, lejos de facilitar la transición, la obstaculizan gravemente por diferentes cuestiones entre las que se encuentran:
- La construcción de gasoductos, terminales de gas natural licuado (GNL) y plantas de generación eléctrica a gas requiere inversiones multimillonarias con una vida útil de varias décadas. Una vez realizadas estas inversiones, existe una fuerte presión económica y política para maximizar el uso de estas infraestructuras, incluso cuando las energías renovables sean más competitivas. Esto atrapa a los sistemas energéticos en una dependencia de combustibles fósiles, retrasando la adopción de alternativas sostenibles.
- El gas natural compite directamente con las energías renovables en la generación eléctrica. En mercados donde no se penalizan las emisiones de carbono, el gas natural puede mantener costos artificialmente bajos gracias a subsidios y la infraestructura existente. Esto reduce la participación de las renovables en las redes energéticas y limita la inversión en almacenamiento de energía, sistemas de gestión inteligente y electrificación.
- El gas natural se utiliza a menudo como energía de respaldo para cubrir la intermitencia de las renovables, como en días nublados o sin viento. Aunque esta función podría ser cubierta por bombeos reversibles, baterías avanzadas, almacenamiento en hidrogeno verde o una mejor gestión de la demanda, la disponibilidad de infraestructura de gas perpetúa su uso en lugar de acelerar el desarrollo de estas tecnologías.
- Los fondos destinados a la expansión de infraestructura de gas desvían recursos críticos que podrían emplearse en la investigación, desarrollo y despliegue de energías limpias. Esto incluye avances en almacenamiento energético, tecnologías de eficiencia y redes eléctricas inteligentes necesarias para un sistema 100% renovable.
- La narrativa de que el gas natural es una «solución climática» genera una falsa sensación de progreso, diluyendo la urgencia de adoptar políticas más ambiciosas hacia la electrificación y la eliminación completa de los combustibles fósiles. Esta percepción retrasa la implementación de impuestos al carbono y subsidios a las renovables.
- La industria del gas ejerce una fuerte influencia política para suavizar regulaciones ambientales y garantizar subsidios públicos, lo que dificulta la adopción de medidas que favorezcan las energías renovables. Esto crea un entorno normativo que perpetúa el uso del gas natural.
El gas natural no es la solución que se nos ha hecho creer. La transición hacia energías renovables debe acelerarse para garantizar un futuro sostenible y habitable. El momento de actuar es ahora.
