La aprobación del Plan Insular de Ordenación (PIO) de Gran Canaria ha supuesto un antes y un después en la forma de entender el territorio. Por primera vez, la ordenación no solo habla de urbanismo, suelos o carreteras, sino que incorpora de lleno la cuestión energética, que es, sin duda, uno de los grandes desafíos de nuestro tiempo. Y en este marco aparece, con una mezcla de ilusión y cautela, el nombre del embalse de Las Niñas.
No es un nombre cualquiera para quienes amamos esta isla. Las Niñas es sinónimo de paisaje, de escapadas, de infancia. Un lugar de agua serena y pinares altos, donde el tiempo parece ir más despacio. Pensar en ese rincón como parte de una estrategia para garantizar un futuro energético más limpio puede, de entrada, sonar a sacrilegio. Pero si lo pensamos bien, quizá sea todo lo contrario: puede ser una forma de proteger lo que nos importa desde lo que necesitamos.
La isla necesita cambiar su modelo energético. No es una cuestión de ideología, sino de sentido común. Dependemos en más de un 80% de combustibles fósiles importados, y eso nos hace vulnerables y nos obliga a pagar una factura demasiado alta, en euros y en emisiones. Tenemos sol, viento y conocimiento. Pero nos falta una pieza clave: cómo almacenar esa energía limpia cuando sobra, para usarla cuando hace falta.
Las centrales hidroeléctricas reversibles son una de las mejores respuestas que existen. No son nuevas, no son experimentales. Funcionan en medio mundo, y lo hacen bien. Consisten en dos embalses a distinta altura: cuando hay energía sobrante, se bombea agua al embalse superior. Cuando se necesita, se deja caer y se genera electricidad. Sencillo, eficaz, duradero.
Gran Canaria ya tiene en marcha un proyecto en esa línea: el Salto de Chira, entre los embalses de Chira y Soria. Será capaz de almacenar 3,5 GWh y producir 200 MW cuando se active, lo que cubrirá buena parte de la demanda de la isla en momentos clave. Está previsto que entre en funcionamiento completo en 2027. Pero no debería ser el único.
Las Niñas está a unos 900 metros de altitud, en una zona con importantes diferencias de cota. A nivel técnico, eso es una bendición. La posibilidad de instalar una central reversible, con una potencia estimada en torno a los 80 o 100 MW, es real. El caudal y la altura están ahí. Faltaría buscar el punto adecuado para el embalse inferior, estudiar el terreno, calcular bien los volúmenes y diseñar una infraestructura que, además de eficiente, sea respetuosa con el entorno. Porque ese es el otro gran reto: hacerlo bien.
El Parque Rural del Nublo es un espacio de enorme valor natural y cultural. No se trata de construir por construir. Pero tampoco podemos caer en el inmovilismo. Con los medios adecuados, con diálogo, con transparencia, es posible plantear proyectos que aúmen la autosuficiencia energética sin hipotecar el paisaje. No hay que elegir entre naturaleza y futuro. Se puede, y se debe, apostar por ambos.
También se están valorando otras opciones, como aprovechar las presas de la cuenca de La Aldea (Siberio, Parralillo, Caidero de Las Niñas), o incluso instalar turbinas de pequeña escala en redes de agua urbana, como entre el depósito regulador de El Fondillo y la planta de Jinámar. Ideas que, unas más grandes y otras más modestas, tienen algo en común: buscan sumar. Y en esta transición, cada paso cuenta.
La central reversible en Las Niñas no está decidida. No hay planos ni excavadoras. Solo una posibilidad, una puerta entreabierta a algo que podría ser importante. Por eso ahora es el momento de hablar, de preguntar, de diseñar bien. De poner sobre la mesa los datos, los mapas, las dudas y los sueños.
Porque esta isla tiene mucho que perder si se queda quieta. Pero tiene mucho que ganar si camina con inteligencia y cuidado. Y quizá, dentro de unos años, cuando veamos el agua subir por un tubo para volver a bajar convertida en luz limpia, recordemos que todo empezó con una idea que pareció imposible. Como tantas otras que han cambiado el mundo.
